Una de las cosas más difíciles de aprender en la vida consiste en seguir adelante (o al menos eso creo yo a estas alturas, ya veremos en el futuro). Todos pasamos por momentos duros, pero si estos no existieran, sería imposible saborear los verdaderamente dulces. Y muchas veces hay que saber taparse la nariz (aunque sea con una pinza si nos flaquean las fuerzas), pegar un trago amargo, y confiar en que seremos capaces de bajar la bola antes o después. Esos instantes, aunque no lo parezca, nos definen como persona. Nos enseñan quienes somos de verdad, y cuando miramos atrás, nos hacen ver cómo es posible obtener cosas positivas hasta en las situaciones más desfavorables.
Una de esas situaciones que es cuestión de tiempo que todos y cada uno de nosotros tengamos que afrontar es la pérdida. Creo que con el paso de los años, y a base de palos (que le vamos a hacer), he aprendido a dejar de aferrarme tanto a la gente, ya que al final esta aparece y desaparece constantemente y los vaivenes son inevitables. En vez de obsesionarme con los huecos que aparentemente se creaban en mi interior, me di cuenta de que lo que sentía cuando estas personas marchaban no era realmente un vacío, si no más bien una presión. Todos y cada uno de esos individuos, al salir de mi vida, habían dejado algo dentro de mí, y cada una de esas lecciones me habían hecho crecer en direcciones inesperadas de manera inconsciente. Aprender a identificar esas enseñanzas y hacer que estas pasasen a formar parte de mi persona siempre fue un proceso largo y, en ocasiones, desagradable: cuando miras en tu interior, muchas veces ves cosas que no te gustan del todo. Sin embargo, continuar adelante, pasito a pasito, vale la pena. Aceptar que todo cambia, y que esto no es algo malo per se, es un paso imprescindible para crecer. Dejar volar a la gente a tu alrededor es la única manera de que alcancen metas que nunca habrías imaginado. Y cuando te bendice Fortuna y estas vuelven a cruzarse en tu camino, es imposible que tu cara no dibuje una sonrisa llena de significado, una sonrisa que contiene nostalgia, sí, pero también ilusión, orgullo y amor. Una sonrisa que, por muy poco que dure, amortiza sobradamente todos los malos momentos que te han llevado hasta este instante.
Y todo esto, amigos, es Neva.
Deja una respuesta