Hoy se me terminan un par de semanas de vacaciones que he disfrutado como un enano. De vuelta a casa con la familia, reuniones con amigos que hacía años que no veía (es lo que tiene que cada uno ande por ciudades y/o países diferentes), buena comida (quizás demasiada…), salidas a correr al sol (¿de verdad existe el invierno en Valencia?) y mucha lectura debajo de una manta (ojalá tener chimenea algún día…).
Como guinda al roscón de Reyes, después de comer me he puesto El Chico y la Garza, que tenía en la lista de pendientes desde que se estrenó y por lo que sea no había tenido la oportunidad de disfrutar. Si bien hace poco decía que el cine ha perdido la magia, cada vez tengo más claro que hay que hacer un pequeño matiz y reorientar esa afirmación hacia Hollywood. Y es que, si bien la última película de Miyazaki no es extremadamente original (se podría criticar que muchas de sus escenas recuerdan a otras que aparecieron antes en sus títulos más conocidos), no deja de ser una obra de Arte que desborda cariño por un medio (la animación) por todos sus costados. Es sangrante especialmente la comparativa con el cine estadounidense (y, en menor medida, con el europeo) porque tengo la sensación de que en el oeste siempre se ha considerado la animación como un medio menor (o incluso algo peor: «para niños», signifique eso lo que signifique). El Chico y la Garza es una película bella tanto a nivel visual como técnica y temáticamente. Visualmente porque los escenarios del estudio Ghibli brillan como nunca, con una riqueza y preciosidad que me han abrumado por momentos. Técnicamente, porque el resto de apartados de la cinta tienen un nivel espectacular: la animación es sublime (me han impactado mucho los compases iniciales) y la banda sonora es una delicia. Y temáticamente porque es, en mi opinión, la película con mayor densidad de ideas de toda la filmografía del autor. Es imposible no ver muchos de sus temas recurrentes: el paso del tiempo, con las transiciones vitales de sus personajes y su crecimiento personal; la relación del ser humano con su entorno (tanto con la naturaleza como con el resto de la sociedad); la violencia y sus consecuencias; la pérdida y aceptación de quienes somos como persona; etc. Sin embargo, encontramos también muchas reflexiones de Miyazaki como autor. Sin entrar en spoilers, podríamos decir que un director de cine es como un arquitecto que diseña mundos con las piezas que tiene a su alcance… Una película a la que estoy seguro de que volveré en el futuro. Totalmente recomendada.
En otro orden de cosas, como recibimiento previo a la vuelta al tajo mañana, este fin de semana he recibido la respuesta a un artículo que teníamos en revisión desde finales de Octubre. Tras más de dos meses esperando, un rechazo con una revisión positiva y otra negativa (ambas con unas explicaciones de una extensión aproximada de tres frases en total), y una oferta automática de publicación en otra revista del grupo editorial (previo paso por caja con un coste de 1800 USD). Un escándalo al que, tristemente, ya estoy más que acostumbrado. En fin, ya veremos donde termina. De momento, mañana vuelta al laboratorio, que ahí nadie me toca las narices.
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