[…] Esta es la historia de un hombre viajó muy lejos durante mucho tiempo, simplemente para jugar a un juego. El hombre es un jugador llamado Gurgeh. La historia comienza con una batalla que no es una batalla, y termina con un juego que no es un juego.[…]
Primeras líneas de The Player of Games (traducción libre)
Llevaba mucho tiempo con las novelas de La Cultura en mi lista de pendientes, y la verdad es que no me arrepiento para nada de haber empezado por The Player of Games. La premisa de la serie, si bien parece simple, da lugar a un escenario muy interesante en el que reflexionar sobre el mundo en el que vivimos. En el futuro, una sociedad formada por la simbiosis de varias razas humanoides e inteligencias artificiales conviven en una aparente utopía: todos los ciudadanos de la Cultura viven en paz, sin escasez de ningún tipo, y pueden hacer básicamente cualquier cosa que deseen con sus cuerpos mejorados. En esta sociedad donde los individuos no tienen que preocuparse por nada, básicamente ha desaparecido el crimen. Todo el trabajo está automatizado, y las tareas de gestión son realizadas por las inteligencias artificiales. De este modo, la gente se dedica a disfrutar de la vida a su manera: unos se dejan llevar por el placer, otros se dedican al arte, otros a estudiar, etc. Por su parte, la Cultura va expandiéndose por el universo, encontrándose con otras civilizaciones en distintas etapas de progreso. Y aquí es donde le veo la gracia a la serie: al contrario que otras obras como Star Trek, la Cultura no tiene una «Directiva de no interferencia», y se mete de lleno en los asuntos del resto de civilizaciones, haciendo y deshaciendo bajo una supuesta superioridad moral/tecnológica, dando lugar a las historias que se cuentan en las novelas.
The Player of Games es el segundo libro publicado en la serie, y cuenta una de esas interacciones entre la Cultura y un imperio galáctico, Azad. El protagonista, Gurgeh, ha dedicado su vida a estudiar y a perfeccionar su habilidad en todos los juegos conocidos por el imperio. Gurgeh se ve envuelto en los planes de la Cultura, y parte en un largo viaje hasta el imperio de Azad, donde todos sus habitantes viven sus vidas en base a un complejo juego (también llamado Azad). En Azad (el imperio), tu posición social depende única y exclusivamente en tu habilidad para jugar a dicho juego, hasta tal punto que cada unos pocos años, sus habitantes participan en un torneo en el que el ganador se convierte en el emperador. Azad (el juego), es una especie de juego de estrategia por turnos en el que uno o varios jugadores (hay partidas de hasta diez personas en la novela) tienen que conquistar distintos terrenos o zonas de un mapa tridimensional utilizando la estrategia y una serie de tropas que van evolucionando con el tiempo y las cartas que cada jugador posee. Además, los distintos terrenos de juego evolucionan a lo largo de la partida en base a elementos aleatorios y/o a las propias cartas de los jugadores. El juego resulta tan complejo que los ciudadanos de Azad se pasan la vida estudiándolo, y las partidas tienen tanta relevancia que es muy común que los jugadores lleven apuestas durante las mismas, jugándose partes de su cuerpo, la perdida de su posición en la escala social, o incluso la vida. Esta brutalidad no queda únicamente reducida al juego de Azad, sino que, a lo largo de la novela, vemos como permea a todas las facetas de la sociedad azadiana: en el imperio, todos los ciudadanos viven dominados a través del juego y las adicciones por parte de las clases altas de la sociedad, que a su vez viven envueltas en una burbuja de vicio, perversión y excesos. Los flujos de información están totalmente controlados por el estado, y son utilizados constantemente para controlar a una población que malvive en un continuo estado de emergencia debido a todas las guerras en las que su imperio, con unas ansias infinitas de expansión, se ve involucrado.
A lo largo del libro, Gurgeh aprende a jugar a Azad y se va batiendo en duelo con adversarios más y más diestros, avanzando en el gran torneo que decide el puesto de emperador. Al mismo tiempo que su comprensión del juego avanza, Gurgeh empieza a entender la manera de ser de los azadianos, los entresijos del imperio y la vida de sus ciudadanos. De esta manera logra comprender cómo, de la misma manera que en nuestros juegos más complicados (ajedrez, go, etc.), la manera de jugar a Azad de cada individuo refleja su forma de ser, y todos sus contrincantes son incapaces de derrotarle porque él representa una manera totalmente distinta de ver el mundo. Al contrario que el imperio de Azad, la Cultura valora la paz y las soluciones pragmáticas, y esos valores impregnan todas las facetas del juego de Gurgeh. Y esto es, precisamente, el punto clave que la Cultura quiere explotar: si un ciudadano ajeno a Azad es capaz de aprender su juego y ganar en él, esto demostraría que Azad es un imperio menor y tiraría por el suelo toda la credibilidad del sistema, lo cual eliminaría cualquier posible amenaza en el futuro.
El libro me ha gustado mucho. Es imposible no darse cuenta de las numerosas críticas a nuestra sociedad por parte de Banks. Si bien nos gusta pensar en nosotros como una sociedad muy avanzada, es evidente que estamos muchísimo más cerca de ser Azad que de ser la Cultura: la opresión de muchos por parte de una minoría, la violencia continua, las desigualdades brutales entre sexos, el uso del miedo como herramienta de control, la decadencia imperante en los estados, esa falsa fachada de igualdad de oportunidades… forman parte de nuestras vidas en mayor o menor medida. Todos esos temas, y muchos más, aparecen de manera brillante entre las líneas de The Player of Games, envueltos en una aventura espacial que navega sin dificultades entre los géneros de la space opera y la distopía. Es evidente también lo influyente que ha sido este libro, con obras como Los Juegos del Hambre o Battle Royale, que repiten esta premisa de control de una sociedad por parte de un juego brutal (si bien, en mi opinión, nunca consiguen llegar a la profundidad de esta novela). La obra me hizo reflexionar también sobre un aspecto de nuestra cultura que me lleva rondando la cabeza ya un tiempo, y es que tengo la sensación de que estamos empezando a vivir para jugar. Muchísima gente ya no busca la realización personal haciendo algo bueno en sus comunidades, por medio de la espiritualidad o a través de la dedicación a su profesión, y parece vivir única y exclusivamente para el placer que obtiene enfrente de sus pantallas. Ya sea en un videojuego o en una red social, el ser humano parece encaminado a pasarse su vida moviendo un dedo por encima de un cristal, con el único objetivo de ver números más y más grandes a través de unos ojos sin ningún tipo de emoción, buscando llenar un vacío con una recompensa que le sacia durante sólo unos pocos segundos. Quizás sea hora de cambiar de estrategia.
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