El Cosmere siempre ha sido un universo bastante raro. No tanto por la diversidad de sus sagas, que abarcan distintos planetas, personajes y poderes, sino más bien por las grandes diferencias temáticas que estas presentan. Mi primer contacto con la obra de Sanderson fue con la saga de Mistborn, y si bien recuerdo disfrutarla, siempre tuve un sabor agridulce por su aspecto más técnico: a veces parecía un libro de fantasía adulta, pero la mayor parte del tiempo tenía la sensación de estar leyendo una novela para adolescentes, con personajes bastante planos y diálogos muy flojos (sobretodo cuando el autor introducía algo de humor). Es por eso que, tras acabar la primera era de la saga y después de varias recomendaciones, di el salto al Archivo de las Tormentas. Y la verdad es que el cambio de planeta fue una mejora considerable. El Camino de los Reyes me pareció un libro de fantasía épica muy bueno. Presenta un mundo interesante, con un gran elenco de personajes cuyas historias dibujan paralelos con los problemas que todos y cada uno de nosotros afrontamos en el día a día, todo ello salpicado con una historia que tiene momentos que se te quedan grabados en la memoria. Lo mismo (o incluso mejor) ocurre con Palabras Radiantes, el segundo título de la saga. Y sin embargo, a partir de ese punto, ese interés de Brandon por construir su propio universo literario al más puro estilo de Marvel ha ido desdibujando la historia de Roshar y sus habitantes, haciendo que el planeta se sienta más como un punto de encuentro por donde pasan personajes de todas y cada una de sus sagas, dejando pepitas de información para cebar tramas en otras novelas (e intentar engancharte para que te sumerjas en ellas) que como ese ente vivo que fue uno de los puntos que más me llamaron la atención en primer lugar. Además, al igual que ha ocurrido con las películas de superhéroes, la cantidad de títulos publicados cada año no ha dejado de crecer. Durante la primera década de siglo, Sanderson publicaba, aproximadamente, un libro al año. Por ejemplo, esa primera trilogía de Mistborn se publicó en 2006, 2007 y 2008. Sin embargo, en los últimos cinco años Brandon ha publicado más de quince títulos. Esa explosión ha hecho crecer el Cosmere a un ritmo desmesurado (y descontrolado en mi opinión), y obviamente ha repercutido en la calidad de las obras. Tanto Juramentada primero, como el Ritmo de la Guerra después, tenían serios problemas de ritmo. Ambos tomos suman unas 2500 páginas en las que, aunque el número de tramas distintas no deja de crecer, estas avanzan a paso de tortuga, logrando que tras la lectura sea imposible que no te quede un regusto agridulce muy similar al de después de comer fast food. Esa sensación de que con una buena edición, con una mano experta que separase la paja del grano, uno podría haber leído la misma historia en la mitad de páginas, consiguiendo así el autor que los momentos épicos no quedasen enterrados por el ruido.
Y con esas sensaciones llegamos a Viento y Verdad. El quinto libro en la saga del Archivo (sin contar las novelas cortas entre libros) y, supuestamente, el final de su primer arco argumental. Un libro de nada más y nada menos que 1400 páginas que exacerba todos esos defectos que se entreveían en los títulos anteriores. Donde a pesar de que la historia transcurre durante tan sólo diez días, hay espacio más que suficiente para que Sanderson nos repita una y otra vez que Kaladin sufre depresión o que Renarin tiene ansiedad social en todos y cada uno de sus capítulos. Donde hay tiempo de sobras para que Szeth se marque un bosh rush en el ejemplo más flagrante de “hacer misiones secundarias en vez de salvar el mundo” que he experimentado desde que jugué 200 horas al Breath of the Wild y nunca llegué a derrotar a Ganon. Y donde personajes construidos a lo largo de miles de páginas se ven desdibujados con el único fin, aparentemente, de conectar lo que ocurre en Roshar con el relato superior del Cosmere. Un libro que por momentos recuerda a esas series de Disney+ cuya única finalidad es rellenar el tiempo entre películas para mantenerte entretenido «hasta que llegue lo bueno de verdad». Una novela que bebe tanto del universo Marvel que duele: chistes malísimos que no vienen a cuento en cuanto la cosa se pone ligeramente seria, con un lenguaje tan coloquial que desentona y hasta con personajes que dicen su frase mirando a cámara (no tengo del todo claro si Sanderson quería sacarme un aplauso, una sonrisa o una lágrima cuando Kal referencia su momento en Palabras Radiantes, pero lo que sí tengo claro es que me dio lástima estar presenciado esta bajada de calidad en su escritura).
Y lo peor de todo es que los mimbres para una buena novela están ahí. La historia de crecimiento de Adolin. La relación de Dalinar con El Padre Tormenta. El Honor y los juramentos, y cómo por mucho que construyas algo extremadamente duro, sin la flexibilidad adecuada se convierte en algo muy frágil. El interrogante que es Taln. El Viento y la Verdad, unidos por esa capacidad de llevarte en volandas hacia lugares insospechados. Si tan sólo Brandon Sanderson se comportase como un escritor con cariño por su arte y no como un creador de contenido, con un ritmo de publicación absurdo y un proceso de edición descuidado…
Deja una respuesta